El radio es un elemento químico de la tabla periódica. Un elemento que relumbra con un brillo verde translúcido. Es extremadamente radiactivo, un millón de veces más que el uranio. Es luminiscente. Y también fue bastante habitual hace unos años, cuando empezó a aparecer en productos de consumo de todo el mundo. Incluso se puso de moda beber, como tónico para la salud, agua con infusión de radio, que se obtenía de unas vasijas con baño de radio que recibían el nombre de Revigators.
Tal y como explica Sam Kean en su libro La cuchara menguante:
Para usarla, se llenaba el depósito con agua, que se tornaba radiactiva tras reposar durante una noche. Las instrucciones sugerían beber cada día seis o más vasos de esta refrescante bebida.
El invento fue patentado en 1912 por RW Thomas, un inválido en California. Vendió miles de ellos durante las décadas de 1920 y 1930, y cada unidad costaba 29,50 dólares de la época. Presuntamente, podría prevenir enfermedades como la artritis, la flatulencia y la senilidad. Pero lo más probable es que una proporción importante de los usuarios de Revigator desarrollase a medio y largo plazo enfermedades cancerígenas, sobre todo por las trazas de de otras sustancias tóxicas, como plomo y arsénico, que también se han hallado en los análisis modernos de tales jarras.
La fiebre radiactiva también hizo proliferar otros productos como pasta de dientes, chocolate y hasta supositorios.
Una compañía competidora de Revigator, Radithor, incluso se atrevió a vender botellines individuales de agua previamente expuesta a una fuente de radio y torio. Un exceso de estos botellines fue lo que mató a Eben Byers, un famoso millonario del acero de los ferrocarriles, aficionado al deporte y campeón de EEUU de golf amateur. Su muerte causó sensación, y también impulsó a la Asociación Médica Americana a prohibir cualquier tipo de radiación salvo aquellas prescritas por un facultativo.
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