Y así, comiéndonos un arroz con pollo a la chorrera ‒incomparable, exclusivo, celestial‒, de esos que sólo ella sabe hacer, Julita y yo, charlamos, en el comedor de su casa, sobre nuestro tema más recurrente: la libertad de Cuba. Aquel día, mientras yo violaba toda norma de etiqueta ante la sabrosura de aquel plato cubanísimo, hablamos sin tapujos, descarnadamente: «Mira, Julita, a mi no me importa que me digan que mis propuestas y métodos de lucha o cierta forma de mi discurso y hasta algunas consignas que lanzo en mi blog contra los hermanos Castro tengan alguna semejanza con los métodos y consignas o con la agresividad propia de los discursos de los comunistas cubanos. Y es que cuando te dicen esas cosas a mi la sangre me hierve: ¡Por qué coño yo debo seguir las normas de lo que llaman políticamente correcto y lanzarme a batallar con las pistolitas de agua que me ofrecen estos luchadores light que me critican y critican las posturas radicales y conservadoras del exilio pero al par esquivan arremeter de frente y duro contra los que sí no tienen contemplaciones con sus opositores y enemigos!»
Entonces interrumpí mi monólogo para elogiar otra vez el arroz con pollo que cocino mi amiga. De veras que hacía tiempo no me comía algo así. Pero tampoco hacía tiempo que no tenía esta oportunidad de desahogarme tan descarnadamente con alguien y de ver que, encima de ello, mi interlocutor asiente con la cabeza todo el tiempo al escuchar mis ideas. «Nada, mi querida Julita, que yo creo que los comunistas sí se lanzan contra nosotros con todas sus armas porque si tienen bien asumido de que esto es una guerra y se comportan como soldados, como crueles soldados. Y nosotros también deberíamos tomar en serio nuestra lucha y asumir que los demócratas cubanos estamos en guerra contra la tiranía. Entonces qué hay de malo en comportarse como soldados bien aguerridos --no crueles-- y echar cuanta metralla discursiva y politica tengamos a mano contra ese enemigo poderosísimo. Si hay que hacer trampa, le hacemos trampa porque ninguno de los enemigos de la libertad se merece nuestra pureza y sinceridad. Y es que todo gesto de caballero en las lidias contra la dictadura puede ser interpretado como debilidad y sus lideres podrian encontrar en ello la oportunidad de tomar ventaja de nosotros. ¡No y no, que no tomen ventaja ni le demos un minuto de tregua a estos bandidos de mierda, a esta cohorte de provincianos desaforados y delincuentes que ha acabado con nuestra islita querida! En una guerra ninguna de las dos partes anda con demasiados miramientos y el uno está dispuesto a eliminar al otro como sea. ¡Basta ya de tanta mariconería relativista y guardemos toda nuestra decencia y diplomacia para quienes la merezcan! Definitivamente, la consigna nuestra debería ser: Contra ellos, todo. A favor de ellos, nada. Y con todos los hierros.»
Julita se levantó y fue hasta mi puesto en la mesa y me dio un abrazo de aprobación y compromiso. Nunca olvidaré la fuerza y el cariño con que ella me abrazó y mucho menos el arroz con pollo a la chorrera, como sólo mi amiga sabe hacer.