sábado, 12 de junio de 2010
Elogio de la timidez
Reconocer a alguien a lo lejos, verle acercarse, hacer una seña, decirse “me está mirando a mí”. Levantarse de la mesa con decisión y una sonrisa saliéndose de las mejillas. Sentir las miradas perezosas de los compañeros de terraza y darse cuenta, al fin, de que a tu lado se pone de pie la persona a la que estaba saludando y no eras tú. Volver a sentarse, tranquilamente, con aire de estar ausente.. Abrirlo y mirar a ver si cabes dentro.
Me gustan las personas tímidas. Intimidad viene de intimidar y no hay intimidad si no hay algo de timidez.
Está en alza cultivar la sociabilidad extrema y el exhibicionismo emocional, ser extrovertido al punto de ser extroderramado y salpicar con nuestras intimidades las conversaciones y las vidas de los otros; solo hay que ver (si tienes valor) los "reality shows" de la TV.
Son malos tiempos para el pudor. Pero la timidez no es tan mala y la espontaneidad está sobrevalorada.
Un amig@ tímido nunca te deja mal en público o, por lo menos, suele tardar un poco más en meter la pata que un@ que no lo es.
Es normal que la gente finja seguridad en sí misma, pero es casi imposible impostar la timidez.
Es menos fácil dudar de los sentimientos de un tímid@ que de los de un tip@ con personalidad expansiva.
Para el que no es tímid@, relacionarse, ser simpático, mostrar la cara más amable de sí mismo le sale natural. El tímido tiene que esforzarse. Desconfío de quien nunca ha sentido vergüenza de, al entrar en un sitio muy público, dar un mal paso y caerse estrepitosamente.
Un tímid@ tiene más autoconsciencia: de sus movimientos, de las palabras que mide, del espacio que ocupa y le gustaría que, por una vez, se suspendiera la ley de impenetrabilidad de los cuerpos para fundirse y desaparecer.
Hay un encanto especial en observar a un tímido cuando al fin se relaja y se deja llevar, el mismo que encuentra un biólogo al captar con su cámara en paciente espera el momento en el que los animales nocturnos se acercan a beber.
Un amig@ tímido nunca te deja mal en público o, por lo menos, suele tardar un poco más en meter la pata que un@ que no lo es.
Es normal que la gente finja seguridad en sí misma, pero es casi imposible impostar la timidez.
Es menos fácil dudar de los sentimientos de un tímid@ que de los de un tip@ con personalidad expansiva.
Para el que no es tímid@, relacionarse, ser simpático, mostrar la cara más amable de sí mismo le sale natural. El tímido tiene que esforzarse. Desconfío de quien nunca ha sentido vergüenza de, al entrar en un sitio muy público, dar un mal paso y caerse estrepitosamente.
Un tímid@ tiene más autoconsciencia: de sus movimientos, de las palabras que mide, del espacio que ocupa y le gustaría que, por una vez, se suspendiera la ley de impenetrabilidad de los cuerpos para fundirse y desaparecer.
Hay un encanto especial en observar a un tímido cuando al fin se relaja y se deja llevar, el mismo que encuentra un biólogo al captar con su cámara en paciente espera el momento en el que los animales nocturnos se acercan a beber.
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