La gente suele dar mucha importancia a sus percepciones y también a sus sensaciones. Si uno siente que Dios existe, tiende a pensar que es así. Ya no digamos si percibe alguna manifestación sobrenatural.
Sin embargo, ¿dónde quedarían estas sensaciones si se pudieran inducir con un artefacto?
Ésa es precisamente la función del casco de Dios, que se guarda en el laboratorio de neurociencia del doctor Michael Persinger, en Sudbury, Canadá. Concretamente en la sala C002, una cámara insonorizada que una vez se llamó la Cueva de Mahoma.
El casco está lleno de imanes y cables y ha servido para llevar a cabo 25 años de experimentos con diferentes sujetos, que fueron expuestos a pequeños campos electromagnéticos similares a los generados por los teléfonos inalámbricos y las pantallas de ordenador.
Tras un rato con este casco enchufado, el 90 % de los sujetos afirman experimentar una presencia extraña, algo especial, aunque el sujeto sea ateo, creyente, atleta o místico. Dependiendo de las creencias, el sujeto experimentará la presencia de Jesús o de algún otro ente sobrenatural. Incluso uno de los sujetos creyó sentir la cercanía del demonio.
Trabajando con estos bucles de alambre y campos magnéticos, el doctor Persinger ha trazado un mapa de las regiones específicas del hemisferio derecho del cerebro donde afirma que reside Dios. Independientemente de nuestra filiación religiosa o de nuestro grado de creencia (o incluso descreencia), nuestro cerebro reacciona de manera casi idéntica. (…) El casco de Dios simplemente enciende la chispa en la parte del cerebro donde nacen esos pensamientos místicos y espirituales.
Con todo, en abril de 2005, un equipo de científicos de Suecia afirmó que ellos habían sido incapaces de reproducir los descubrimientos del doctor Persinger. ¿Es casco de Dios, pues, funciona realmente o los sujetos han sido influidos sutilmente para que pensaran que estaban teniendo alguna clase de experiencia mística?
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