jueves, 29 de abril de 2010

Marx fue un implacable especulador en Bolsa

Jod.....con el marxismo; vista esta nueva faceta de tal Marx no es de extrañar que los socialistas se hayan convertido en SOCIALISTOS.


Lo último que los seguidores de Marx, entre los que se encuentra Jaume Roures, se esperaban es que su admirado revolucionario fuese un despiadado especulador de los que invierten a corto y se aprovechan de las alzas repentinas. Y no es una invención, lo confiesa por carta.

Se sabe que grandes estadistas del pasado fueron aficionados a invertir en Bolsa. Algunos con muy mala fortuna como Benjamin Disraeli, primer ministro de la reina Victoria, que se arruinó durante sus años mozos cuando invirtió demasiado dinero en la burbuja de la minería de 1825. Otros, en lugar de fiarse del siempre traicionero instinto, se dejaron asesorar por especialistas. Delano Roosevelt, Wilson o Churchill tuvieron a su lado a Bernard Baruch, uno de los especuladores más famosos del siglo XX.


Pero que los presidentes de EEUU o el Reino Unido invirtiesen en Bolsa no es ninguna sorpresa. En los países anglosajones la cultura bursátil está muy consolidada desde hace siglos y no es ninguna mancha dedicar un dinerillo a las acciones. Lo que sí que es una sorpresa es saber que el padre del socialismo, el mismísimo Karl Marx, hizo sus pinitos especulativos en la Bolsa de Londres allá por la década de 1860. Y no, no es una patraña inventada por sus enemigos, sino una confesión de parte realizada en una carta que el propio Marx escribió a su patrocinador Friedrich Engels en junio de 1864.

“Vuelven a presentarse oportunidades, con ingenio y muy poco dinero es posible hacer dinero en Londres”.

Si, es el autor de El Capital y no un desalmado tiburón de Wall Street obsesionado con hacer dinero rápido. Según parece la idea de invertir en Bolsa se la proporcionó a Marx otro socialista, su compatriota Ferdinand Lassalle, que sólo dos meses después de la correspondencia entre Marx y Engels murió tras un duelo a pistola contra un conde rumano en Ginebra por un asunto de faldas.

Pero Engels no era el único partícipe de las cuitas bursátiles de Karl Marx. En una carta a su tío Lion Phillips ese mismo verano reconoce que ha “estado especulando, parte en fondos americanos, pero más en acciones inglesas, que están surgiendo como hongos este año (cumpliendo todo lo imaginable e inimaginable de la empresa bursátil) suben hasta un nivel poco razonable y luego, en su mayor parte, colapsan. De este modo he hecho más de 400 libras, ahora que la complejidad de la situación política invita a un mayor desafío, empezaré de nuevo. Es un tipo de operación que requiere tiempo y merece la pena asumir ciertos riesgos para aliviar al enemigo de su dinero”.

Así que lo que de verdad le gustaba al entonces cuarentón Marx era “aliviar al enemigo de su dinero” e invertir a corto aprovechándose de los títulos que suben y luego colapsan. Si, en lugar de ser un perezoso, hubiese tenido éxito en sus incursiones bursátiles quizá el mundo se hubiese librado de El Capital y, especialmente, de su subproducto más perdurable: el marxismo.

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