En su estudio sobre la influencia del carisma en la política, Joseph Roach resalta la importancia de las personalidades que saben transmitir contradicción, “porque así la gente ve reflejadas sus propias contradicciones internas”.
Sea cierto o no este postulado, en España es José Bono quien más ha sabido aprovechar sus contradicciones en su propio beneficio: ha posado de hombre de pueblo cuando recibió una cara educación, ha pasado de ser el primer guerrista a ser el mayor enemigo del guerrismo, anunció en su momento que se iba a retirar de la política para aceptar un ministerio dos semanas después y, por supuesto, ha jugado la carta de ser el católico por excelencia del PSOE pese a estar en obstinada rebeldía doctrinal.
Con éstos y otros trucos, José Bono lleva más de treinta años en la misma entraña de la vida pública española. Y tiene intención de seguir en donde está: como apuntó un observador político, no se hubiera hecho un implante de pelo si no quisiera permanecer bajo los focos el suficiente tiempo como para que dicho gesto pudiera olvidarse.
La matanza de Atocha
Los modos entre paternalistas y populistas de la política de Bono han ocultado un itinerario vital siempre próspero, desde su nacimiento y crianza en Salobre, Albacete, como el hijo señorito del alcalde falangista del lugar. Salobre era pequeño para las ambiciones de Bono, que cambió su llamada al sacerdocio por el catolicismo progresista, bajo la tutela de Tierno Galván. Antes de entrar en el Congreso, fue uno de los abogados en el caso de la matanza de Atocha.
Sus primeros años como diputado, sin embargo, sólo serían el prólogo a la larga continuidad de gloria que tuvo como presidente de Castilla-La Mancha, con seis mayorías consecutivas y el mayor índice de popularidad de entre sus pares. Con su astucia habitual, Bono supo sacar partido de sus entendimientos y enfrentamientos con el poder central -campo de tiro de Cabañeros, autovía del Levante, AVE y PHN- sin importar que en La Moncloa estuviera Aznar o estuviera González. Porque Bono, que tiene amigos en todas partes, también los tiene en el PP. Y en sus décadas en Castilla-La Mancha, también aprovechó para conseguir no pocos amigos en los medios.
Con los ‘vips’
En el año 2000, con el PSOE en bancarrota política, Bono cree llegado su momento y se presenta, como un mero formalismo, a unas primarias del PSOE que ya creía ganadas. El manchego jugaba la carta centrista y entroncaba con la veta de legitimidad del felipismo, si bien su condición de ‘español sin complejos’, por oportunista que se haya revelado, le retiró los apoyos del PSC, y terminó perdiendo ante Rodríguez Zapatero. Sólo entonces Bono ‘cruzó el Tajo’, sin que desde entonces haya dejado de maniobrar contra su sucesor, José María Barreda, y en favor de su delfín, Emiliano García Page.
Con éstos y otros trucos, José Bono lleva más de treinta años en la misma entraña de la vida pública española. Y tiene intención de seguir en donde está: como apuntó un observador político, no se hubiera hecho un implante de pelo si no quisiera permanecer bajo los focos el suficiente tiempo como para que dicho gesto pudiera olvidarse.
La matanza de Atocha
Los modos entre paternalistas y populistas de la política de Bono han ocultado un itinerario vital siempre próspero, desde su nacimiento y crianza en Salobre, Albacete, como el hijo señorito del alcalde falangista del lugar. Salobre era pequeño para las ambiciones de Bono, que cambió su llamada al sacerdocio por el catolicismo progresista, bajo la tutela de Tierno Galván. Antes de entrar en el Congreso, fue uno de los abogados en el caso de la matanza de Atocha.
Sus primeros años como diputado, sin embargo, sólo serían el prólogo a la larga continuidad de gloria que tuvo como presidente de Castilla-La Mancha, con seis mayorías consecutivas y el mayor índice de popularidad de entre sus pares. Con su astucia habitual, Bono supo sacar partido de sus entendimientos y enfrentamientos con el poder central -campo de tiro de Cabañeros, autovía del Levante, AVE y PHN- sin importar que en La Moncloa estuviera Aznar o estuviera González. Porque Bono, que tiene amigos en todas partes, también los tiene en el PP. Y en sus décadas en Castilla-La Mancha, también aprovechó para conseguir no pocos amigos en los medios.
Con los ‘vips’
En el año 2000, con el PSOE en bancarrota política, Bono cree llegado su momento y se presenta, como un mero formalismo, a unas primarias del PSOE que ya creía ganadas. El manchego jugaba la carta centrista y entroncaba con la veta de legitimidad del felipismo, si bien su condición de ‘español sin complejos’, por oportunista que se haya revelado, le retiró los apoyos del PSC, y terminó perdiendo ante Rodríguez Zapatero. Sólo entonces Bono ‘cruzó el Tajo’, sin que desde entonces haya dejado de maniobrar contra su sucesor, José María Barreda, y en favor de su delfín, Emiliano García Page.
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